Comentario
La nobleza acusó diversos problemas desde fines del siglo XVI. Por una parte asistió a una desvalorización de su status a causa de un fenómeno de inflación de honores. Las necesidades políticas y las urgencias financieras de las monarquías contribuyeron al encumbramiento de numerosos elementos de procedencia plebeya. El número de nobles aumentó. Las noblezas de servicios que habían comenzado a surgir en el siglo anterior conocieron ahora un período de auge. Los monarcas elevaron a la nobleza a burócratas al servicio del Estado y recurrieron a la venta de honores para aliviar la situación de las exhaustas arcas de la hacienda real. La dualidad entre antigua y nueva nobleza se acentuó, aunque, por otro lado, los enlaces entre elementos procedentes de una y otra procuraron una cierta unificación.
Por otra parte, la aristocracia sufrió en sus propias carnes las dentelladas de la crisis económica. Las grandes casas nobiliarias tuvieron que enfrentar la creciente contradicción existente entre el mantenimiento de un elevado tono de vida, que comportaba cuantiosos gastos, y el deterioro de sus rentas. La disminución de ingresos dependió de la desvalorización de la producción agraria y, en algunos casos, de la despoblación rural, además de las dificultades para una eficaz administración de los dominios.
Los ejemplos aportados al respecto por Ch. Jago para la aristocracia castellana son elocuentes. La casa de Béjar padeció una disminución de sus ingresos reales superior a un 25 por 100 entre 1620 y 1648. Para el duque de Feria la década de 1640 fue un período de hundimiento financiero. Por otra parte, los gastos ordinarios que en los mismos años debía afrontar la casa de Béjar (personal, casa, pensiones familiares, censos, administración, impuestos, donaciones) ascendían a casi 100.000 ducados anuales, lo que apenas resultaba compensado con los rendimientos procedentes de sus posesiones rústicas.
Este tipo de situaciones, aunque podían muy bien situar a un linaje aristocrático al borde de la bancarrota, no representaba, sin embargo, sino un empobrecimiento relativo. El auténtico problema residía en la falta de liquidez, ya que la fortuna en activo fijo de las grandes casas, vinculada por vía de mayorazgo, apenas resultaba afectada, aunque tampoco podía ser enajenada como medio de paliar la situación. Esta se vio agravada a causa del endeudamiento creciente de la nobleza, obligada a recurrir a préstamos para hacer frente a sus obligaciones y necesidades.
Además, es necesario contar con las exigencias de la Monarquía, que hizo recaer sobre la nobleza pesadas cargas, sobre todo de tipo militar. Las dificultades financieras del Estado para mantener las largas y costosas guerras del siglo forzaron a que los monarcas apelaran a las antiguas obligaciones feudales de los nobles. La movilización de la nobleza castellana durante el mandato del conde-duque de Olivares es un buen ejemplo de ello. Esta clase social, cuya vocación militar se hallaba muy debilitada, no aceptó sino con muy forzada resignación este tipo de cargas e imposiciones.
Ante las dificultades financieras, la aristocracia puso en práctica estrategias de adaptación. La moderación en el gasto tendía a imponerse como una medida inmediata, pero la ostentación formaba parte esencial de los mecanismos de prestigio. La tendencia generalizada de los grandes nobles a afincarse en la Corte no favorecía precisamente la austeridad, y sí la emulación y el gasto incontrolado.
La aristocracia inglesa, cuya crisis entre la secunda mitad del siglo XVI y la primera del XVII ha sido estudiada por Lawrence Stone, se mostró también proclive al gasto suntuario y al derroche despreocupado, lo que erosionó seriamente su capacidad económica, tanto más cuanto que, no existiendo tantos obstáculos legales para la venta del capital como en otros países, procedió a la enajenación masiva de propiedades. Sin embargo, a partir de la década de 1620 la nobleza inglesa empezó a volverse más austera, al resultar alcanzada por la marea puritana: "En el fondo -como afirma aquel autor-, la causa del cambio fue el nacimiento del individualismo, de la intimidad, del puritanismo y del cultivo al virtuosismo".
El caso inglés, sin duda, reviste una cierta originalidad. Como ocurría con el patriciado holandés, las élites no mostraron igual repugnancia que las aristocracias de otros países hacia el ejercicio del comercio. Por su actividad económica, forma de vida y mentalidad puede decirse que, mientras en muchas otras áreas se producía un fenómeno de ennoblecimiento de la burguesía, la nobleza de estos países con un mayor grado de desarrollo capitalista afectaba un cierto nivel de aburguesamiento.
Para la aristocracia señorial en crisis financiera de las zonas socialmente más tradicionales existieron otras formas de adaptación a las dificultades. Una mejor administración de sus dominios para evitar el extendido fraude practicado por los administradores fue una de ellas. La obtención de la dádiva real fue otra. En algunos ambientes cortesanos floreció una nobleza pedigüeña que reclamaba para sí cargos, honores y ayudas de costa.
Pero también es necesario contemplar otras formas más agresivas de aumento de ingresos. La reacción señorial acompañó a la crisis. Muchos nobles intentaron paliar su situación apropiándose tierras comunales en sus jurisdicciones señoriales y aumentando la exacción fiscal sobre el campesinado de las mismas. Estas formas de violencia señorial promovieron la resistencia aldeana, bien por la vía de los tribunales de justicia, donde se libraron numerosos pleitos, bien por la vía de la insurrección. Las sublevaciones campesinas contaron de forma destacada entre sus motivaciones la agobiante presión señorial.
La reacción de los privilegiados adoptó también otras dimensiones. El asalto al poder político es la más llamativa. En realidad, la idea de una aristocracia en crisis contrasta con el hecho de que la nobleza alcanzó importantes cotas de poder, al menos en ciertos países bastante representativos. Para lograr un reforzamiento de su autoridad, la Monarquía hubo de desplazar en el Renacimiento a los nobles de los principales centros de decisión política y promover, al mismo tiempo, una nueva nobleza de servicios dependiente del favor real. Este desplazamiento no fue completo, pero tuvo la virtualidad de hacer más independiente y efectivo el poder de los reyes.
La aristocracia se lanzó en el siglo XVII a una reconquista del poder. En algunos casos, como el español, se benefició de la debilidad de los monarcas. Pero tampoco hay que descartar, como sostuvo J. A. Maravall, que fueran estos mismos, como reacción defensiva ante la crisis social del Barroco, quienes apelaran a la nobleza con vistas a apuntalar el edificio de la jerarquía social. El renacimiento aristocrático del siglo XVII pudo depender, por tanto, de una identificación del poder monárquico con los intereses señoriales y con un sistema político-social fundado en el predominio de la riqueza agraria, dominada en gran medida por los nobles.
El fenómeno del valimiento en España constituye una buena muestra del nuevo posicionamiento político de la aristocracia. Validos como Lerma, Uceda, Olivares, Haro, Nithard o Valenzuela, que gobernaron sin otra legitimidad que la confianza de monarcas o regentes, personalizan, en opinión de F. Tomás y Valiente, el dominio nobiliario del poder. La nobleza española había resultado parcialmente desplazada del mismo en el período anterior por una tecnoburocracia estatal de letrados. En realidad, no había perdido su condición de clase social y económicamente dominante, a pesar de su relegamiento político o, más exactamente, de su subordinación al poder incontestable de la Monarquía. Pero ahora, a partir del reinado de Felipe III, la nobleza experimentó una transformación. Sin dejar de ser clase dominante pasó a ser también clase dirigente. Según el citado autor, el valido representó el instrumento de la más encumbrada nobleza cortesana, cuyas facciones dominaron alternativamente el poder ganando a su favor la voluntad de monarcas que carecían de la energía de sus antecesores del siglo anterior. En definitiva, ello no representó sino la concreción, en el ámbito de la dirección de los asuntos de Estado, del proceso de refeudalización de la sociedad del XVII.
En Francia, la actitud política de la nobleza fue desafiante. La aristocracia francesa soportó mal el encumbramiento de una nueva nobleza de servicios que resultaba más útil al intento de fortalecimiento del poder de la Monarquía, aunque a la larga también constituyó fuente de problemas. La nobleza antigua mantuvo constantes pretensiones políticas, tanto en el ámbito cortesano como en el provincial. La resistencia aristocrática al absolutismo monárquico derivó en ocasiones en actitudes de clara rebeldía. El afianzamiento del poder real durante los reinados de Luis XIII y Luis XIV constituyó un proceso no exento de graves disturbios provocados por una nobleza insubordinada y levantisca. Según Goubert, este tipo de actitudes constituyeron una fuente continua de preocupación para la Monarquía, que trató de apartar a la nobleza de los puestos de gobierno. Fue así como se llevó a cabo, especialmente durante el reinado de Enrique IV y el Gobierno de Richelieu, la promoción de un alto personal monárquico integrado por juristas y burgueses parisinos, integrantes de las clientelas cortesanas, que reforzaron el sector nobiliario de nuevo cuño frente a la aristocracia tradicional. En la Francia del siglo XVII por primera vez ocuparon el puesto de ministro personajes de origen burgués.
En Inglaterra, por el contrario, la guerra civil tuvo como efecto el alineamiento de buena parte de la aristocracia del Norte y el Oeste en el bando realista, frente a la "gentry" puritana y los burgueses de las ciudades del Este y el Sur. La amenaza que la revolución parlamentaria hizo recaer sobre el edificio del absolutismo inglés forzó la adhesión de la nobleza cortesana tradicional a la Monarquía de los Estuardo.
La trayectoria de la nobleza de la Europa centro-oriental es, en cierto modo, divergente de la evolución de la nobleza occidental. Los problemas financieros por los que atravesaron multitud de nobles de los países occidentales fueron en buena medida desconocidos en el área oriental. Tampoco padecieron los nobles orientales la presión del Estado monárquico centralizado. La estructura feudal de la sociedad y la debilidad del poder central impidieron el relegamiento de la aristocracia que, lejos de ser subordinada políticamente, controlaba de hecho el aparato del poder.
Un caso distinto sea quizá el de Rusia. Allí los boyardos y magnates se habían enfrentado al absolutismo del zar Iván IV en la segunda mitad del siglo XVI, pero éste aplastó a la oposición aristocrática y favoreció la ascensión de la baja nobleza (pomieschiki). Este proceso continuó en la primera mitad del siglo XVII bajo la dinastía de los Románov. También en Polonia la szlachta o nobleza rural menor asistió a una ascensión social y a una consolidación de su poder.
A la hora de tratar de los grupos privilegiados es necesario referirse, finalmente, al estamento clerical en el ámbito católico. Aquí la manifestación más evidente de la crisis del siglo XVII consistió en un notable aumento de las ordenaciones y en un incremento del número del clero regular. La Iglesia aparecía, de esta forma, como un refugio, al proporcionar los medios imprescindibles de subsistencia en medio de un mundo azotado por el hambre y las dificultades. El crecimiento del clero no dependió tanto de un aumento de las vocaciones como de la necesidad que padecían numerosos grupos sociales. En España, los estudios de Domínguez Ortiz demuestran que el número de religiosos aumentó en torno a un 50 por 100 a lo largo del siglo, pudiendo alcanzar la cifra de 150.000 al final del mismo, y ello a pesar de la disminución de la población total del país.